Te prometo anarquía indiferencia
Ridículas Casualidades
Manuel Augusto
Fearlessly the idiot faced the crowd, smiling
Merciless, the magistrate turns ‘round, frowning
and who’s the fool who wears the crown
Un justo día de junio
El día comienza como cualquier otro. Solamente avanza, pasa como si los días estuvieran entre dos espejos paralelos. Ya las calles se funden entre el calor y la rutina. El hastío se apodera de quienes abandonan sus casas para ir a trabajar y los que se trasladan para llegar a su segundo o tercer turno. Las mamás corretean a sus hijos y éstos repelan. Los taxis evitan la parada y los camiones juegan carreritas contra camiones fantasma. A fuerza de golpes los diablitos cargados a tope se abren paso entre la gente del agropecuario. Las vaporeras expiden olor a rojo y a verde, mezclado con champurrado.

Foto: @ManuelAugustoF
Johnny se levanta tarde. Corre tras la combi, pero no la alcanza. Espera la siguiente, que lo acercará a un camión de distancia para llegar a la fábrica donde trabaja. Lo de siempre.
Miguel apura su vasto desayuno frente a un día lleno de novedades inexactas. El dulce encanto de lo improbable. Frente a la computadora hace algo parecido a organizar (o ver pasar) su día. Lo de siempre.
Los jueces del aire fijaron el precio. La radio y la televisión transmiten noticias como flechas envenenadas. La sentencia está dictada. Los medios alertan desesperadamente a la ciudadanía, que sin miramientos inicia el ataque. Los fusiles de la incongruencia e hipocresía apuntan a quienes alzan la voz con dignidad y justicia, a las normalistas de la rural de Cañada Honda “Justo Sierra Méndez”, que irrumpen en la entrada principal a la ciudad de Aguascalientes, la calmada ciudad de la gente buena.
El tráfico no avanza. A esta hora es imposible que Johnny llegue a tiempo. Se aventura a pensar que hubo un choque o que otra vez dejaron de funcionar los semáforos. Va pensando qué decirle al jefe; seguramente estará enojado, fuera de sí. No le creerá nuevamente que no fue su culpa. Levántate más temprano, le contestará.
Miguel se prepara otro café. No tiene intención de apartase del teclado y el monitor. Navega entre música, videos y Facebook. El interminable scroll que acorta el tiempo y alarga la indiferencia a lo que sucede afuera del monitor.

Foto: @ManuelAugustoF
La ciudad se desquicia, mayormente en las redes sociales. Balas moralinas apuntan directo a los hechos colaterales. Poco o nada importan los motivos de la marcha. Juicios faltos de sentido y empatía invaden los muros virtuales; también esos nos separan. Falsos discursos de una supuesta preocupación hacia las fachadas y vialidades, de por sí ya rayadas, corren y se viralizan como el pretexto perfecto para echar abajo la legitimidad de la marcha: “están vandalizando mi ciudad, que con mis impuestos mantengo”.
Por fin entra la llamada de Johnny al jefe, que le contesta sin preocupación ni interés que ya no vaya. El día está perdido y no será pagado. Esto significa trabajar horas extras los próximos días, que con suerte le pagarán. Varado aún en el tráfico inamovible, se baja de la combi y el morbo lo conduce al tumulto. Escucha a lo lejos consignas que le erizan el cuerpo. Puños se alzan en lo alto. Brazos levantan mantas con letras en tinta negra y roja. Alcanza al contingente que con recelo lo admite entre sus filas.
La marcha de las normalistas avanza lento; el odio no. Miguel corta cartucho y empieza a disparar letras envenenadas a quienes alzan la voz. Aún sentado frente al monitor reclama su derecho de circular libremente por la ciudad. Exige que no realicen actos vandálicos porque dañan la imagen de la ciudad que tanto desprecia. Aventura mensajes de odio explícito y muerte referentes a los 43. Escuda su odio, ignorancia e inconsciencia tras la bajísima cantaleta del respeto a sus derechos. Los mismos que son pisoteados el resto del año por el enemigo en traje de sastre.
Johnny vuelve a casa, pero no regresa solo. Miguel nunca salió de sí.
El día siguiente comienza como cualquier otro. Sin prisas, sin olvido ni memoria.