Segundo año de la 4T: La condescendencia ambivalente
De entre el bullicio, utopías
Zuri Grace Bretón
El pasado 1ro de diciembre se cumplieron dos años de la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador y pese a críticas y altibajos (para algunos más bajos que altos), el mandatario celebra un aumento de sus índices de popularidad al 62%. ¿A qué se debe el fenómeno?, ¿Por qué a pesar de los tropiezos y el manejo bastante cuestionable de la pandemia, su popularidad se mantiene intacta?
Claro que como lo ha sido desde su campaña, la gran ventaja radica en su capacidad de comunicación y acercamiento con la gente. Manteniendo la narrativa de luchador contra el sistema torcido, haciendo uso aún del discurso de complot y controlando la agenda pública a través de la infalible estrategia de las conferencias matutinas, ha logrado preservar la imagen de pureza moral anti-corrupción de su movimiento.
Otro acierto, en términos de percepción pública, ha sido su cautela, o mejor dicho negativa, en posicionarse respecto a temas controversiales, particularmente frente al movimiento que ha representado su mayor oposición; el feminismo. Al tratarse de un tema polarizante, es para él más seguro mantenerse al margen e ignorar las exigencias, que validarlas y atender directamente el tema como lo que es, una emergencia nacional, pues de esa manera no pierde el apoyo de los cientos de miles que prefieren aferrarse a la cultura machista de este país.
Aunque, dentro del recuento de este primer tercio, se deben también comentar los aciertos y es innegable que aunque la ejecución no haya sido la más limpia, los ha habido. Se puede resaltar, por ejemplo, la reducción salarial de altos funcionarios o la lucha contra el huachicol, que a pesar de que aún no acaba y causó sus estragos por semanas de escasez de gasolina, se logró reducir de manera histórica el robo de combustible. También se debe mencionar la implementación de múltiples programas de asistencia social, así como la regulación del pago de impuestos para los grandes empresarios que solían gozar de altas condonaciones y privilegios y las actuales negociaciones para evitar abusos laborales a través del outsourcing.
Por otro lado, el tema de la pandemia ha escrito su propio capítulo en la historia de nuestro país. Empezando al inicio de la contingencia con una felicitación por parte de la OMS por la precaución y preparación anticipada, contrastada con la actual situación en la que se anunció un reciente llamado de atención por parte del mismo organismo, a tomarnos la situación con la seriedad que merece, tras haber casi duplicado la cifra de muertes que según el mismo López-Gatell representaría un escenario catastrófico.

(Imagen: Pixabay)
Con todo y esto, el gobierno mexicano está determinado a no imponer medidas punitivas para restringir las reuniones en estas fechas decembrinas, que es prácticamente seguro que se llevarán a cabo sin mayor miramiento, conforme se ha observado el comportamiento despreocupado de la población en últimas semanas.
Para muestra un botón, el pasado 4 de diciembre el diario El País publicaba un reportaje en el que mostraba imágenes un tanto inquietantes de cientos de personas, bastantes de ellas sin cubrebocas, haciendo sus compras navideñas de regalos y adornos en el Centro Histórico de la CDMX y en palabras bastante confiadas de los comerciantes, las medidas gubernamentales no les afectarán ya que “la gente no hace caso”.
No obstante AMLO insiste con las adulaciones al “pueblo bueno”, asegurando que no es necesario tomar mayores medidas o imponer prohibiciones debido a que el mexicano es “responsable, educado y consciente…esta ciudad es muy solidaria”. Y viendo cómo se siguen realmente las medidas de distanciamiento, se podría pensar que estas declaraciones son una burla, pero debemos recordar que vienen del mismo presidente que aseguraba hace unos meses que se estaba por “domar la pandemia”. Y es que quizá sus palabras no vengan desde el cinismo o la inocencia, sino por el contrario, vienen de la plena conciencia de a quiénes y cómo les habla.
Estas afirmaciones están dirigidas a ese mismo 62% que en las encuestas aseguran aprobar su mandato, pasando por alto sus fallos, a quienes complace de la misma manera en la que a su vez ellos lo hacen con él. Y así, mientras el país continúa en el top cinco de los que han acumulado más muertes por coronavirus en el mundo, tanto pueblo como presidente nos seguimos auto engañando con una condescendencia ambivalente.
Tras dos años, donde hemos vivido la militarización de la policía, la disolución de institutos necesarios en lugar de la reformación de los mismos y el constante desacreditar a cualquier medio que cuestione sus prácticas, es poco probable que algo más pueda suceder que afecte el privilegiado posicionamiento de AMLO en el imaginario colectivo, sobre todo mientras éste continúe cuidando a su base de fanáticos tan eficazmente como hasta ahora. La pregunta es ¿de qué manera influirá esto en los hechos cuando se haga el balance final de la autoproclamada Cuarta Transformación al finalizar el sexenio?
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