De entre el bullicio, utopías
Zuri Grace Bretón
¿Es posible hacer aún más amplia la brecha de clases en nuestro país? Dado el reparto tan obscenamente desigual de la riqueza en México, pensaría uno que no, pero a veces sólo se necesita un golpe de realidad. La actual pandemia ha sacado a relucir los aspectos más vulnerables de cada nación, ya sea en lo económico o social. El COVID-19 funciona como ese químico usado en balnearios para pintar el agua y hacer evidente cuando un maleducado visitante decide usar la alberca de excusado.
México no ha sido la excepción, y tristemente el sector salud no es el único que se ha visto rebasado, demostrando que no tenemos la infraestructura necesaria para enfrentar el enorme reto que implica luchar contra el coronavirus. Hay múltiples rubros que reflejan esto, pero por hoy hablemos del más reciente, la viabilidad de la educación a distancia en un país con 52.4 millones de pobres.

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El periodo vacacional de verano se alargó lo más que se pudo, pero llegó ya el inminente regreso a clases en todos los niveles. El pasado 24 de agosto, la Secretaría de Educación Pública dio por iniciado el ciclo escolar 2020-2021, a través del plan Aprende en Casa II, con el que millones de niños mexicanos podrán acceder a educación a distancia haciendo uso de la señal de televisión digital y con un sistema de entrega de tareas y evaluaciones a través de internet.
Esteban Moctezuma, titular de la SEP, ha asegurado que los más de 4mil 550 programas de televisión que han producido como parte del programa y los acuerdos firmados con televisoras y canales privados, serán suficientes para cubrir la demanda educativa al 95%. Suena esperanzador, ¿verdad? Pareciera con estas palabras que nuestro país está a la altura y tenemos los medios y la infraestructura necesaria para ello… la verdad es que de la teoría a los hechos hay una gran distancia y este ciclo escolar seguramente ocasionará un rezago educativo cuyos efectos permanecerán más tiempo que el mismo virus.

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Si bien, el 92.9% de los hogares en México cuentan con televisor, el acceso a internet es de tan sólo 52.9%. Suena muy bien eso de las tareas por correo, pero ¿qué pasa con las regiones del país que ni siquiera tienen acceso a servicios básicos? Claro que las zonas urbanas pueden darse el lujo, pero si antes ya existían poblaciones rurales sin equipamiento en escuelas, donde los niños tienen que trasladarse a kilómetros de sus hogares para acudir a clases, ¿esperamos que tengan acceso a equipos digitales y señal para recibir educación a distancia?
Y claro, no se trata de responsabilizar completamente de esto a la 4T, nadie esperaba que en dos años se solucionaran los profundos problemas estructurales que nuestro país lleva arrastrando décadas. Cualquiera que estuviese en el gobierno habría tenido que responder ante la crisis de manera que el impacto fuese el menor, pero eso dista mucho de poder llamarle al programa un caso de éxito. Por el contrario, como siempre, es a los más pobres a quienes les toca recibir el golpe de realidad; un país fragmentado donde los habitantes viven bajo circunstancias diametralmente opuestas dependiendo de su lugar de residencia y nivel socioeconómico.

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Si estás leyendo estas líneas, felicidades, nos tocó vivir en el México privilegiado, seguramente si aún eres estudiante no tienes problema de tomar clases vía zoom y tus padres jamás tuvieron que plantearse la dura decisión de sacarte de la escuela para trabajar como sucede con los más de dos millones de niños que laboran en nuestro país, colocándonos en el segundo lugar de América Latina con mayor prevalencia de trabajo infantil según la Cepal.
No sólo en ese indicador es que México figura desfavorablemente en las estadísticas recopiladas por la Cepal y la OCDE. También ocupamos el penúltimo puesto en lo referente a conexión a internet (ya que ello depende de la calidad de redes y servicios, así como de los elevados costos y planes de telecomunicación), equipos de cómputo y uso de softwares educativos en el hogar.
Sumando todo lo anterior a la gravísima situación de desempleo que también ha dejado la pandemia a su paso y que seguramente afectará a las mismas familias, tenemos como resultado un ambiente de estrés en casa que difícilmente fomentará el aprendizaje significativo, pues en caso de que se tenga acceso, hablamos de educación pasiva, impersonal y sin interacciones.

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Traduciendo estas frías estadísticas en términos humanos, imaginemos un probable escenario; Un hogar con una madre soltera que debe encontrar a alguien que cuide a sus hijos mientras ella sale a trabajar para alimentarlos (exponiéndose al contagio) y al mismo tiempo lidia con la presión de los recortes en su empresa. Tiene tres niños con los mismos horarios escolares, en diferentes grados y una sola televisión en el hogar, ¿cómo decidir quién se pierde de sus clases? Si es que tienen un café internet cercano, la madre deberá pagar lo equivalente a media, o una hora, de su salario mínimo para que los hijos vayan a mandar su tarea por correo electrónico, ya que los megas de internet a baja velocidad que le da su plan de telefonía no duraron para nada. Por la tarde-noche deberá llegar a cocinar, hacer labores del hogar, dar seguimiento a tareas y buscar la manera de contener la energía acumulada por niños que llevan todo el día encerrados por la cuarentena.
¿Cuántas familias se encuentran en ésta o una situación parecida? ¿Qué implicaciones sociales y económicas tendrá esto a largo plazo? Por más que nuestro gobierno se esfuerce por reflejar resultados positivos en este segundo informe de gobierno, la realidad es que atravesamos una seria crisis en más de un aspecto y, regresando a la metáfora inicial, toda el agua de nuestra alberca está pintada y no se ve para cuándo la limpien.