De entre el bullicio, utopías

Zuri Grace Bretón

Cada día son más escasos quienes, después de cuatro meses de cuarentena en México, siguen respetando el #QuédateEnCasa. Quienes sí lo han hecho es probable que hayan ya pasado por diferentes etapas de paranoia, frustración y resignación. En este punto, ¿será prudente empezar a hablar de banalidades?

Por supuesto somos conscientes de todas las crisis (económica, sanitaria y política) que estamos atravesando. Pero, en ocasiones, no sólo es sano, sino necesario despejarnos un poco de esos temas densos e interminables y divagar un poco sobre asuntos un tanto más mundanos… con esto en mente, les pregunto: ¿Qué es lo que más han extrañado a lo largo de este encierro?

Foto: Pixabay

Estoy segura de que no soy la única cuya respuesta es: El cine, para ser más específica, la experiencia del cine. Porque ya sabemos que el mágico mundo del streaming puede convertir cualquier habitación de nuestros hogares en una sala de proyecciones con un extenso catálogo de películas al alcance de un click. Por supuesto, se valora y agradece que cada vez se amplíen más las opciones para consumir cine de calidad en internet, pero, para algunos, las plataformas digitales no son suficiente. Somos muchos aún los románticos que nos aferramos a la idea de consumirlo en su formato original: La pantalla grande.

No se puede negar que ir a las salas es irremplazable. Desde consultar la cartelera, elegir la película, devorar las palomitas durante los comerciales… se trata de una experiencia sensorial completa. Los fotogramas empiezan a desfilar frente a nosotros y es lo único que vemos y escuchamos, en ese momento estamos inmersos en un ambiente totalmente envolvente sin cabida a distracciones. Claro que no faltará el celular que suena durante la función, pero esta interrupción es mínima cuando se le compara con el sonido del fierro viejo entrando por nuestra ventana, la molesta luz incidiendo en la pantalla o algún familiar pidiendo poner pausa “rápido” para ir al baño.

El punto es que, para un cinéfilo el único templo del séptimo arte donde las obras se pueden disfrutar en plenitud, es desde una butaca de cine. Pero, aquello que para muchos era una visita rutinaria hasta hace poco tiempo (aunque a veces se siente como otra vida), resulta cada vez más nostálgico y lejano si se pretende ser responsable en esta emergencia sanitaria.

No sólo porque el semáforo que regula la apertura a la “nueva normalidad” en nuestro país se encuentra para todos los estados aún en rojo y naranja, con mínimas excepciones en amarillo, sino porque precisamente el cine se encuentra dentro de las prácticas más inseguras a realizarse durante la pandemia, pues es un espacio cerrado, concurrido y sin ventilación natural. De hecho, recientemente la OMS confirmó que el virus sí puede mantenerse en el aire bajo estas condiciones, por lo que estos recintos se vuelven un foco importante de contagio.

Y si bien, inicialmente comentaba que abordar estos temas de entretenimiento era hablar de banalidades, cabe especificar que todo depende del nivel de lectura que se le dé. Desde el simple punto de vista lúdico, quizá no pasa nada por aguantarnos las ganas de abarrotar las salas y disfrutar unos deliciosos nachos unos meses más. Pero, ¿qué pasa con la industria cinematográfica y los millones de empleos que de ella dependen?

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Es una industria muy amplia y cuya realización requiere irremediablemente de la colaboración directa (es decir, es imposible hacer cine practicando distanciamiento social). Desde la producción en todas sus facetas, la distribución y proyección, las pérdidas se cuentan por millones. Son incontables los estrenos que se han visto aplazados indefinidamente y varios otros han optado por el lanzamiento directo en plataformas digitales, perdiendo así grandes inversiones y recaudando cantidades ínfimas en comparación a lo proyectado previo a la llegada del COVID-19.

Aunque claro, si pensamos en los grandes estudios hollywoodenses es probable que la mayoría, si bien afectados, sobrevivan al contar con una estructura firme y alternativas de distribución. Ni hablar de Netflix, Amazon prime y parecidas, que muy lejos de perder, han sido los únicos beneficiados por el encierro. Pero, ésta es una situación privilegiada, quienes corren verdadero peligro son todos aquellos realizadores independientes o industrias de países con cimientos mucho más endebles, como es el caso de México.

El IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía), tuvo que apegarse el pasado mes de mayo, junto con un amplio número de órganos gubernamentales, a un recorte presupuestal para reconducir los recursos al sector salud. Y aunque la cineasta al frente de instituto, María Navarro, asegura que el cine mexicano no está en peligro, cuesta creer que esto no vaya a tener un impacto significativo a largo plazo.

Y ni hablar de aquellas salas y cines independientes que representan un oasis para la exposición de filmes nacionales e internacionales de bajo perfil (mismas que cobraron notoriedad en 2018 por ser las únicas que proyectaron Roma de Cuarón en pantalla grande). Si de por sí, su supervivencia en un contexto “normal”, era complicada, es probable que pasen de ser pocos establecimientos a estar en peligro de extinción cuando esta situación termine (si es que pasa).

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Por lo tanto, no sólo hablamos de posponer de manera indefinida estrenos híper taquilleros y esperados como Wonder Woman 1984 o la última cinta de Christopher Nolan, Tenet. Por supuesto que también la temporada de premios tendrá que recorrer sus fechas, (por lo pronto los Oscars se tienen programados para abril de 2021).

La cuestión más preocupante es, si el regreso a la normalidad (la vieja), depende del desarrollo de una vacuna efectiva y las fechas más optimistas para su comercialización internacional apuntan, mínimo al 2021, ¿esto implica que el séptimo arte estará tambaleándose por lo menos un año más?, de ser así, ¿qué secuelas dejará esto a largo plazo?

Aún con todo este dilema y siendo una ferviente amante del cine, defiendo que la precaución sanitaria debiese ser priorizada sobre el placer de ir a una sala… pero, ¿qué se puede hacer entonces para apoyar a la industria? (sobre todo a la independiente y la nacional que son quienes más lo sufren).

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Bien, habría que empezar por adoptar hábitos de consumo más responsables. Es decir, no consumir piratería, tan simple y tajante como eso. No sólo durante esta cuarentena, sino de manera permanente. Vale la pena reflexionar sobre los costos del entretenimiento de calidad.

Si una visita regular al cine tiene un costo promedio de 200 a 500 pesos (dependiendo de la zona del país y cantidad de personas), ¿realmente es muy gravoso invertir una cantidad bastante menor a eso en una renta o compra on-line?, sobre todo pensando en que es dinero que va directo a los creadores y productoras para seguir fomentando ese cine que decimos amar.

Los sitios web de Cine Caníbal (productora/distribuidora mexicana) o Filmin Latino (plataforma del IMCINE), son excelentes alternativas para encontrar joyas cinematográficas a precios muy accesibles y así hacer más llevadero el encierro mientras esperamos con ilusión el día en que podamos disfrutar nuevamente una película como se debe: Sentados en la butaca con nuestra vista fija en la pantalla grande.

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