La Fe Perdida
Ridículas Casualidades
Manuel Augusto
He is
He’s the shining and the light without whom I cannot see
And He is
Insurrection, he is spite, he’s the force that made me be
He is
Nostro dis pater, nostr’ alma mater
He is
Los techos bajos y las paredes estrechas trajeron hacia mí, con la simpleza y necedad del aire enfrascado en una pequeña joyería de un pueblo por demás católico, una ajena y truncada conversación. Una señora de quizás unos cuarenta años le dice a otra de aparentemente igual edad: ─No me gustan los crucifijos, nomás las cruces, pero sin el Cristo, pues. Es que yo no estoy de acuerdo en que hayan crucificado a Jesús, porque soy católica. Como tú, ¿no? ─La que escucha evade responder dirigiéndole la palabra a la vendedora que las atendía.
Luego de reflexionar medianamente lo anterior dicho por la señora, de ahora en adelante en este texto nombrada María, tres preguntas me surgieron al instante:
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¿Es correcto decir que el catolicismo es la religión cristiana que justamente tiene sus bases en la crucifixión de Jesús, la Pasión de Cristo; y éste, como hijo de dios vuelto hombre, lo sabía y permitió para consumar su fin último en la Tierra, que era la liberación de los seres humanos, recibiendo el perdón de los pecados y la vida eterna?
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Desde el punto de vista católico, ¿se puede separar, al menos conceptualmente, a Cristo de la cruz sin que se convierta en una contradicción terminológica e histórica?
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¿Le importarán a María las respuestas de las dos preguntas anteriores?

Imagen via (PIxabay)
Para fines de este texto, hagamos una serie de suposiciones: que las respuestas a las anteriores preguntas son sí, no y no en estricto orden; también, que el dios de la fe católica, como lo conocemos y con todo lo que representa, es el único y verdadero; finalmente supongamos y deduzcamos que a) María tiene fe ciega: la vive y disfruta pero no la conoce lo suficiente; o bien, b) María tiene fe perdida (o personalizada): la vive, disfruta y la puede o no conocer lo suficiente, y aun así decide no estar de acuerdo en los preceptos o lineamientos de la religión que profesa.
No estoy de acuerdo, dice María. Pero la vida como la conocemos hasta ahora podría ser muy diferente de no haber sido Jesús crucificado (seguimos suponiendo). Imaginemos que no murió perseguido a manos de los romanos, ni de alguien más. Es válido pues decir que habría seguido predicando, recorriendo ciudades llevando su mensaje de amor, sumando discípulos y seguidores. Habría cruzado a otros continentes, navegado océanos, subido montañas y atravesado selvas. Probablemente en algún punto se habría casado y tenido hijos. O no. En ambos supuestos casos, su popularidad y carisma, no así sus enseñanzas, habrían sido tan grandes y extensos que llegarían a un tope, un punto de inflexión en el que solo se puede descender. Poco a poco, su popularidad habría de caer tanto que estaría muy por debajo de los Beatles. Se habría ido apagando su espíritu y cuerpo hasta morir en condiciones normales, humanas, por causas naturales tal vez, o por fiebre o alguna infección o enfermedad incurable en aquella época. Entonces hubiéramos sabido de él como otro maestro, otro iluminado más, como un guía espiritual y no como un dios que se hizo hombre para morir por nosotros y resucitar. Y la historia de la humanidad sería totalmente diferente. Para empezar, ¿qué año sería este?

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Podría seguir suponiendo finales alternos a la crucifixión, sin embargo la fe va más allá de estar o no de acuerdo en lo que pasó históricamente, sobre todo si se contrapone al ideal primigenio de ésta. Se trata de conocer y entender de raíz, en la forma más pura y sencilla los preceptos que marcan la religión.
En esto caso, ¿sigue cabiendo la posibilidad de no estar de acuerdo en la crucifixión? Pudiera ser que María base su fe en algo moldeado a su persona, ajustado a sus intereses y personalidad. Decidiendo por ella misma lo que es bueno o malo, lo que debió o no pasar. No considera ni razona el porqué de la cruz o la crucifixión. Vaya, a María no le importa ni entiende el sacrificio de morir en la cruz. Y es entonces, a partir de ese punto, cuando no se puede o no se quiere estar de acuerdo, o cuando algo no hace sentido, que la fe se rompe, se pierde como estrictamente se conoce, por su naturaleza dogmática.
También pudiera ser que María no le da la menor importancia porque probablemente eso no define su fe, tal vez su fe está basada en algo parecido al catolicismo; acaso María entiende la vida y a dios de otra manera. Quizá María es más feliz así, creyendo lo improbable, imaginando que otra vida era y es posible. Quizá María ya tiene ganado un lugar en su cielo.
La iglesia, religión o dios que se ajusta o personaliza difícilmente mantiene la esencia de lo que es y representa, sin que esto sea necesariamente malo. Pero entonces se convierte en un dios a la medida, con el favor de sus milagros y las promesas de una vida eterna, que esté para ayudar, perdonar, aliviar culpas y redimir penas. Una fe perdida en la arrogancia del ser humano. ¿Pero quién no quiere un dios así?