Este año sí

Ridículas Casualidades
Manuel Augusto

A mí me gusta la pasión del futbol
Porque se juega con el corazón
Compartirlo con nuestra afición
La Tierra es redonda porque es un balón

Me Vale Vergara — Molotov

En la cancha somos uno mismo


Los dos grandes problemas de México se llaman futbol y política. En ese cabal orden de importancia. Primero que ruede el balón y si cae el gol estamos bien, luego vendrá lo demás. Con sus puntos álgidos en julio de este año, ambos enardecen pasiones, dividen familias y, terminada la jornada y el conteo, con vehemente desilusión, las vuelve a unir en desolada comunión. Somos mártires del mismo mal, víctimas de ilusiones que nadie más que nosotros creamos. Cada cuatro y seis años respectivamente, los golpes de realidad nos obligan a ver que estamos donde siempre, en la misma cancha. Pero quién quita y este año sí.

Un mexicano adicto al futbol es, entre otras cosas, un masoquista que colecciona agravios, jueves de dolor para los que no hay domingos de resurrección”, señala Juan Villoro en su libro Dios es redondo. Ahí es donde el futbol y la política se entretejen; la esperanza siempre muere al último, cada minuto tiene sesenta segundos. Creemos que merecemos y podemos, no solo pasar al quinto partido en el mundial, sino llegar a la final y que quienes cobren los penales, estarán libres de la “maldición”. También creemos que el PRI ahora sí cambió, que la mafia del poder tiene los días contados, que el Frente Ciudadano no es solo una medida desesperada y una infinidad de promesas de campaña. Pero el cambio y progreso para todos los Méxicos nunca llega, el país no termina por resurgir.

Sin embargo, y contra todo pronóstico escéptico, estos problemas sí tienen soluciones, tan prácticas como obvias. Están ocultas entre cuatro paredes esperando a ser desenmascaradas frente a la barra de cualquier cantina por directores técnicos y políticos de banqueta que se esconden bajo trajes deslucidos y corbatas flojas. Soluciones que, de ponerse en marcha, nos harían dejar atrás el anhelado quinto partido en Rusia 2018 y, de refilón, ser potencia mundial, muy por encima de EUA y China, con un excelente manejo de la política exterior e interior.

El incómodo


A la misma hora y en el mismo lugar de siempre, dos tipos se han embarcado en la difícil empresa de acariciar el encanto de la embriaguez. Impensable esperar al tercero, y qué caso tendría. Contrario a lo que dicta su costumbre, no es la liga nacional de futbol ni el próximo mundial el tema que impera en la mesa, mucho menos los pleitos de oficina. Son tiempos electorales y como en casi todas las mesas, los vasos comienzan a vaciarse como los desgastados argumentos en el vaivén de opiniones, tan divididas como la izquierda actual y tan corroídas como la derecha de siempre.

Entrada la noche y los tragos, llega el faltante. No hay dos sin tres, así solamente se puede estar más dividido o terminar por inclinar la balanza. Con ánimos enteros y garganta fresca, invita las siguientes rondas de tequila con Tehuacán y limón. Darle vueltas al asunto, de eso se trata, hablar y tratar de entender que la mafia del poder deja de serlo cuando cambia de color. O algo no han entendido bien.

No se trata de colores, se trata de ir sumando, solo así podremos ganar. Este año sí.

Podrán, dijo el otro.

Como sea.

Pero mira, ¿qué pasa si mezclas toda la gama de colores? Se convierte en blanco, así, tal cual, sin identidad. Blanco. Ni izquierda ni derecha. ¿Incluyente? Quizás esa no sería la palabra correcta. ¿Quién votaría por alguien así?

Fácil: los que estamos hartos de los demás colores y queremos, aunque sea el mismo veneno, pero con diferente sabor.

No existe cantina en la que no haya un parroquiano que después de un par de copas trasmute en el incómodo, el impertinente, el poco deseado que alza la voz, ladea la copa y agacha la cordura. El “incómodo», ese fantasma que debe su alma a la malacopez y la perpetuidad. Por lo general acude solo, aunque no es raro verlo en ciertas ocasiones con varios de su especie. De cuando en cuando, a cada uno de los que asisten y andan los mismos pasos, este fantasma lo posee hasta el vómito.

El incómodo de la noche, que es casi imposible descifrar por completo, se acerca, copa en mano, a la mesa donde están los tres amigos. Alto, robusto, bigote amplio, botas vaqueras, hebilla ostentosa, chamarra negra de cuero. Luego de estar seguro de que notaron su presencia, deja salir las palabras:

Este año habrá revolución. El próximo presidente ya está decidido, eso sí, nomás faltan las elecciones, que son mero trámite. Pero la gente ya está cansada de lo mismo, puras tranzas, y hablo del cualquier partido. A los políticos nomás les interesa el dinero y cómo joderse a los ciudadanos.

Los tres han vivido y bebido lo suficiente para saber que esa frase (o cualquiera que haya sido) solo precede a una larga y trastabillante letanía que difícilmente tendrá sentido escuchar. También saben que, como suele suceder, nunca llegarán a un punto en común y que esa perorata solo se tratará de canturrear denostaciones, culpar al mal gobierno y exaltar el exceso de razón propia, por lo cual le dan por su lado tratando de poner fin cuanto antes el intento de charla:

Se va a amar en grande si no gana ya sabes quién.

Ahora el plantón se extenderá hasta Insurgentes, norte y sur.

Quemaremos los pinos—, tercia el último.

Lo anterior resulta en una mala jugada para los tres. El incómodo toma con alarmante seriedad los sarcásticos comentarios y añade:

¡Sí! Vamos a iniciar otra revolución, ya es necesaria, han pasaron muchos años desde la última. Y es que el gran problema de México son los corruptos y esos hay que cortarlos desde la raíz. Unos plomazos y ahí se acaba todo.

El incómodo tiene algo de razón, piensan, pero a esas horas el alcohol impide hablar y sobre todo pensar con claridad. Y así no se puede organizar una hora de vida, mucho menos una revolución. Pero tampoco hay que estar sobrios para entonces, de algún lado hay que agarrar valor.

Cambiar el tema es fácil, lo difícil es ahuyentarlo:

Pero eso sí, ya nos chingamos contra Alemania, esta vez no llegamos ni al cuarto partido. Me cae que no pasamos de la fase de grupos.

—‘Perate, no la tenemos tan difícil, perdemos, empatamos y ganamos, 1-1-1. ¡Listo, estamos del otro lado, papá! Siempre llegamos. Si los milagros existen, nomás hay que creérsela.

Como cada cuatro años.

U otros cuarenta, los que sean necesarios. Algún día nos ha de tocar y entonces sí vamos a tomar Balderas, Reforma, Periférico y todas las calles necesarias para festejar. El Ángel nos va a quedar corto.

Qué chingaderas dicen —increpa el incómodo con voz recia—. Nomás pensando en futbol, ¿y la revolución qué?, ¿a poco va a empezar con un balón?

En una de esas.

Parece que la mente y visión del incómodo se nubla, pues hace una prolongada pausa. Vacila, pero alcanza a asirse de una silla para evitar la caída, de la cuba y la suya. La revolución tambalea antes de comenzar.

Cuando logra recuperarse medianamente, el incómodo por fin se aleja balbuceando. Y en la mesa los tres sienten el alivio de quien libra la quincena a fin de mes.

Pero como en el futbol, la pausa solo es el descanso que antecede a la parte complementaria. No pasa mucho tiempo y el incómodo, que se adorna con pulseras y collares que parecen de oro, regresa, aunque no lo llaman. Echa miradas inquisidoras, los examina por un momento y escupe una última pregunta:

¿De dónde son ustedes?

Los tres se miran con cierta incredulidad y desgano. Múltiples respuestas obvias y ridículas bombardean sus mentes ya saturadas por el alcohol y la música de la Rockola.

Pues de aquí, ¿por qué?

Es que yo vivo en Dallas —responde el incómodo, airoso y orgulloso.

¿Texas?

Pues claro que Texas, ¿cuál otro Dallas conoces?

¿Indocumentado?

No’mbre, greencard. Llevo treinta y seis años allá.

Ah, vaya. ¿Y desde allá va a empezar la revolución?

 Remate


El mismo libro de Villoro dice: “El juego sucede dos veces, en la cancha y en la mente del público”. Futbol y política no son tan distintos, el dinero hace que se muevan y éstos mueven en cadena al país. En ambos volcamos nuestras ilusiones. Y también ambos, al final, las destruyen. Pero el olvido abriga nuestro dolor y caemos de nuevo con la sutileza del engaño y las falsas promesas.

Todos los problemas de México encuentran solución en las cantinas, el verdadero inconveniente es recordarlo al día siguiente: la cruda es implacable.

 




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