Vivir a través de la pantalla o las vidas ajenas

Ridículas Casualidades
Manuel Augusto

Tratar de ver
que tienes adentro
resulta banal
Puedo intuir, puedo oler
puedo pensar, pero saber jamás

Azul Casi Morado — Santa Sabina

He tocado fondo


La noche del sábado, mientras alentaba unas líneas para esta columna, mi atención y espíritu se abocaron por completo en ver, online y en vivo, cómo un desconocido [para mí] incansablemente trataba de completar un nivel de un videojuego que yo, hasta ese día, ignoraba su existencia. Lo observé fallar una y otra vez, al parecer el juego resultaba más difícil de lo que se veía. Quien estaba jugando y streameando (transmitiendo) también platicaba con los que, como yo, estábamos atentos al progreso de la difícil empresa en la que se había embarcado nuestro ciber-héroe. El tiempo avanzaba, naturalmente, y la meta no se lograba. Un tanto preso del estrés y frustración que la situación me estaba generando, le sugerí una posible estrategia que, como era de esperarse por mi nula experiencia, no resultó. Después de éste, hubo más intentos fallidos hasta que finalmente, luego de más de una hora, pudo avanzar y yo, liberado, pude apagar la computadora.

Esto sucedió por azares del timeline tuitero, siguiendo una cadena de links [infinitos] hasta que me topé nuevamente con Twitch. Una plataforma en la que los usuarios puede hacer streaming de una amplia variedad de temas y contenidos, aunque está enfocada en videojuegos. En otras palabras, hay quienes que se graban a ellos mismos y lo que sucede en su monitor, mientras se enrolan con algún videojuego, y éstos son vistos hasta por cientos de miles de personas en vivo y online.

Esto no es algo nuevo, ni la plataforma ni el poder streamear. Tampoco fue nuevo para mí ver un desconocido jugar, sin embargo, nunca había sentido la necesidad de seguir viendo hasta el final, hasta que logró pasar al siguiente nivel, sin yo estar involucrado directamente en el juego.

A través de la pantalla


Conectado

Imagen: Pixabay

En la era de los memes que se viralizan al instante, la toma televisiva en el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl 52, en la que Justin Timberlake cantó en las grandes del estadio, particularmente a un lado de un niño que no deja de mirar impaciente su celular, resulta en un muy transparente reflejo de la actualidad.

O bien el niño estaba videograbando y streameando en alguna red social, o estaba esperado el momento exacto para una selfie, o no le dio importancia alguna y siguió navegando en Internet. En cualquier caso, resulta una lectura bastante sintetizada de nuestra realidad: preferimos ver un espectáculo a través de la pantalla del celular, para supuestamente guardarlo para siempre en una memoria física, que vivirlo y sentirlo con todos los sentidos.

Partidos, conciertos, fenómenos naturales, sucesos históricos, acontecimientos especiales, todo a través del celular. Por qué elegimos vivir a través de la pantalla. ¿Se ve más atractivo desde el otro lado del cristal? ¿Hay algo que simular? Parece que una vida (la propia) no basta y hay que complementarla con una historia perfecta con un final feliz; porque para tristezas ya está la realidad.

 Vidas Ajenas


Pasamos días enteros mirando la vida de los demás; fotos videos y clips, de lo más trascendental a lo más insignificante; lo que comen, lo que compran, lo que toman; las fotos de las vacaciones, del día de gimnasio, del día de plantar árboles, del día de ayudar; los gustos musicales, cinematográficos y literarios; leemos opiniones, quejas y debates; la afiliación política; si sufren alguna enfermedad pasajera o terminal; la empresa en la que trabajan; en donde están, en donde viven, en donde duermen; y hasta el festejo del cumpleaños del gato; la botella de alcohol para el fin de semana y el remedio para la resaca; coche nuevo, tenis nuevos, celular nuevo, viaje nuevo. Vemos día a día cómo evolucionan sus vidas, sus contradicciones y sus triunfos, si ya se graduaron, enviudaron, casaron o separaron; si ya se embarazaron, si ya nació el bebé, dio sus primeros pasos y palabras, el primer día de escuela.

Voluntariamente consumimos lo ajeno y también voluntariamente exponemos gran parte de nuestras vidas, personalidad y creencias. El voyerismo social. Por qué lo hacemos, por qué nos importa así la vida de los demás, por encima, a cuenta gotas. Acaso nos hace sentir bien ver vidas que parecen peores, o es el morbo que nos arrastra a ver las que entendemos como vidas mejores. Por qué nos satisface, y si no nos satisface, por qué gastamos tanto tiempo en ello.

Vivimos a través de la pantalla, del black mirror. Mostrando, como en un escaparate, todo lo que hacemos y pensamos, y consumiendo cualquier cosa que aparezca en el timeline. ¿Es normal? Parece más como una patología demencial, un catarro mental que nubla las posibilidades de interactuar con el mundo real.

Qué de interesante puede tener ver a un desconocido jugar o armar una computadora o instalar un software en su casa, no a manera de tutorial. Por qué puede ser más interesante ver a niño jugando Minecraft en vez de jugarlo. Por qué pasamos tanto tiempo en las redes sociales. En qué momento, por ejemplo, se volvió tendencia hacer unboxing, cuál es el propósito de ver a alguien desempacar un celular nuevo, un juguete nuevo. Desde el punto de vista hedonista, dónde está el placer o satisfacción por todo ello.

Quizá es la necesidad de estar consumiendo algo, de estar frente al monitor, a la expectativa, cualquier cosa podría pasar en cualquier momento, siguiendo tendencias sin importar su origen.

Hondo, más hondo


Trabajo todos los días frente a una computadora y un solo monitor no basta, siempre se puede más. Inconsciente e intermitentemente estoy conectado al mundo virtual la mayor parte del día, con las noticias siempre actualizadas, con el voyerismo social de lo que pasa a los que no está a mi alrededor. Claro que no lo necesito, puedo vivir sin ello perfectamente, desconectarme por unas 2 o 3 horas, ¿cuánto dura el Super Bowl?

 





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