Las buenas conciencias en nuestro siglo
Al buen espectador…
Tamara Almazán
Corre el año 1959 cuando Carlos Fuentes decide poner en relieve el sistema de valores de la familia mexicana, elemento intocable en nuestro país, a través de una crítica importante a la Iglesia, a los rituales religiosos, a la degeneración de la clase política y a la doble moral de los adultos.
Situada en el estado de Guanajuato, México, esta joven obra del escritor narra un panorama burgués provinciano en el que, la hipocresía y la fe como tiranía, determinan y cercan la vida de Jaime Ceballos. El niño Ceballos, arrebatado de su madre al nacer, es criado por sus tíos en una atmósfera de religión y falsedad. Su padre Rodolfo, incapacitado para criarlo, cede a la presión de su hermana, Asunción, para que ella asuma su crianza. En ese ambiente de imposibilidad aparente para tomar una decisión distinta es que, durante su juventud, Jaime conoce a Juan Manuel, un amigo que le externará otros caminos que podrían liberarlo del círculo vicioso en el que apunta a estar inmerso.
El pasado uno de enero Las buenas conciencias cumplió un año más de ser publicada. Diecisiete días y cincuenta y ocho años después, México amanecería con una noticia que parecía del vecino incómodo del norte: “Un estudiante mexicano dispara contra sus compañeros y una profesora en un colegio de Monterrey”, reportó el New York Times.
¿Problemas de primer mundo en un país tercermundista? No, problemas de una nación en la que se normaliza más la violencia conforme pasan los años.
Regresando: Fuentes narra la historia de la familia Ceballos durante una transición importante en México, o sea, de 1800 a 1946… ¿qué ha sido de la familia mexicana desde ese entonces? Justo pensaba en eso cuando distinguí en la calle gritos de varios participantes; una de las familias del edificio frontal tenía una riña de madrugada: un estudiante de secundaria, quizá la mamá, el papá, algún tío y alguna prima. Difícil saberlo, pero cuatro o cinco personas de diferentes edades gritaban y se golpeaban.¿Casos aislados? En 2014, el INEGI revelaba que 539 menores [en México] habían sido acusados por asesinato.
“…la conducta violenta se aprende y la primera oportunidad para aprender a comportarse agresivamente surge en el hogar, observando e imitando la conducta agresiva de los padres, madres así como de otros familiares o incluso de personajes que aparecen en programas de los medios de comunicación masiva”, dice UNICEF.
Cuando terminé de leer Las buenas conciencias me decepcionó constatar que el protagonista termina por olvidar y dejar morir sus sueños y esperanzas para reanudar la circunferencia de poder, apariencias y falsos valores con los que creció, sucumbiendo, así, ante las buenas conciencias. No es spoiler, esto se sabe desde el primer capítulo, sólo cuesta asumirlo.
Afortunadamente es una novela y la historia anterior un pretexto, sin embargo, ronda un porcentaje alto de situaciones verídicas en que continuar el entorno de crianza pareciera irreversible y representa una condena fatídica al hablar de un núcleo violento y/o incomprensible. Sucesos como los de ayer tampoco se resuelven señalando a alguna clase social y tampoco basta con unirse al luto digital que durará una semana y se recordará cada año.
¿Cuándo nos perdimos? ¿Cuándo los perdimos? Aún más importante: ¿cómo los recuperamos?